Francia occidental: de la Duna de Pilat al Monte Saint Michel

Aunque ya conocía algunas ciudades de la parte occidental de Francia como Burdeos o Nantes, en este viaje que he diseñado para el verano de 2025, quería conocer otros lugares emblemáticos que abarcan tres regiones del país vecino: Nueva Aquitania, Bretaña y Normandía. Del primero, me detuve en la Duna de Pilat (la más larga de Europa), de Bretaña, me perdí en las calles de dos localidades medievales, Roquefort-en-Terre y Dinan, y en Normandía, llegué hasta el turístico Monte Saint Michele, un peñasco granítico en el mar que posee una gran abadía de tres plantas.

Vídeo de Francia occidental

Duna de Pilat

A unos 200 kilómetros de la frontera con España entrando por Irún, se halla uno de los tesoros de Francia: la duna de Pilat en la región de Nueva Aquitania. Esta formación natural es la duna más alta de Europa, ya que alcanza una altura de entre 100 y 115 metros sobre el nivel del mar, y además mide 3 kilómetros de largo y más 500 metros de ancho.

Llegar no tiene pérdida, pues el enclave está perfectamente señalizado. Hay que dejar el coche en un aparcamiento de pago, muy grande, por el que se accede a la duna (a nosotros nos costó 7 euros). Después, solo tienes que seguir las indicaciones. Por el camino hay tiendas de recuerdos y de restauración, así como exposiciones.

Al ser temporada alta (última semana de agosto) había habilitada una escalera de 160 escalones para llegar a lo alto de la duna, porque aunque se puede subir a pie cuesta muchísimo, por lo que te recomiendo que hagas uso de esta ayuda. La escalera está de abril a noviembre. Igualmente hay otros accesos gratuitos, según me he informado, pero la subida es mucho más complicada todavía.

Duna de Pilat

También dicen que en los meses de más afluencia, que suelen ser los de verano, se forman largas colas tanto para entrar en el aparcamiento, como para subir a la propia duna. No fue mi caso, que llegué a eso de las cinco de la tarde, y aunque había muchos coches y gente, pudimos aparcar bien y sin esperar.

Una vez llegas a la cima el escenario que te ofrece este espacio natural es apabullante. El océano Atlántico surge con un azul intenso mientras que un precioso bosque emerge al otro lado de la duna. Mucha gente deja sus zapatos en una valla de madera que hay nada más subir la escalera. Es lo que hice yo por no ir cargada con las chanclas en la mano y también porque aunque se puede caminar con calzado adecuado, yo deseaba sentir la arena en mis pies. Aunque hacía sol el día no era muy cálido y por ello la arena no quemaba.

Una vez llegas a la cima el escenario que te ofrece este espacio natural es apabullante.

A partir de aquí eres libre de disfrutar a tu manera del entorno. Yo me senté durante un rato con mi pareja frente al mar para contemplar el paisaje. Una opción que hace mucha gente. De hecho, dicen que las puestas de sol son preciosas. También puedes bajar a la playa y darte un chapuzón o seguir andando por la duna hasta donde llegues o hasta el final. Yo exploré un poco más, pero no recorrí los tres kilómetros. Verás a gente de numerosas nacionalidades y a bastantes personas haciendo todo tipo de poses para conseguir la foto más llamativa para las redes sociales.

Parece ser que la duna está en movimiento constante y que en los últimos 60 años se ha movido 300 metros. El desplazamiento es hacia el interior y el ritmo varía: puede ser de 10 metros en un año o de menos de un metro. Hoy en día es bastante estable, pero esto se consiguió tiempo atrás. De hecho, con el fin de evitar que se desplazara Napoleón III reforestó la zona plantando pinos marítimos y un bosque de landas (arbustos y brezo), creando un método natural de sujeción de la arena allí acumulada.

Rochefort-en-Terre

Tras disfrutar de este singular paraje ya nos dirigimos a la región de Bretaña y muy arriba ya, a poco más de 500 kilómetros, nos detuvimos en Rochefort-en-Terre. Se trata de un pequeño pueblo medieval francés muy coqueto perfectamente preparado para el turismo, como se aprecia en cada adorno, cartel y comercio. Se nota mientras paseas por sus calles hasta llegar a la bonita Plaza del Puits, toda colorida con flores que sus lugareños mantienen frescas.

Rochefort en Terre Bretaña

Esta villa medieval ha acogido a lo largo del tiempo a muchos artistas, y eso se percibe en los establecimientos, que ofrecen exposiciones o en los comercios que venden creaciones propias. Esto se debe en parte a la actuación del norteamericano Alfred Klots, un retratista que a principios del siglo XX tras enamorarse del pueblo decidió comprar las ruinas del castillo, originario del siglo XII, y transformarlo en un palacete. Desde entonces el lugar se convirtió en lugar de encuentro de pintores y amantes del arte en general.

Esta villa medieval ha acogido a lo largo del tiempo a muchos artistas.

El antiguo castillo se puede ver únicamente por fuera. Lo que sí se puede visitar es una pequeña capilla que hay en el terreno que ocupa el edificio y al que se llega a través de un frondoso y bonito paseo.

Dinan

En nuestro empeño por llegar a nuestro destino final, seguimos subiendo para detenernos a unos 100 kilómetros en la ciudad medieval de Dinan. Esta ciudad, mucho más grande que Rochefort-en-Terre, es también una localidad que te traslada inevitablemente a otras épocas. Sin embargo, en determinadas calles la arquitectura cambia y se vuelve más señorial. Se mezclan estilos que van de los siglos XII al XIX, tanto en las casas típicas de entramados de madera, como de las iglesias.

Dinan Bretaña

El castillo del siglo XIV y su muralla de tres kilómetros es uno de los atractivos de este lugar. Sin embargo, a mí me llamó más la atención el puerto. Es muy pintoresco. Es lo primero que yo vi y me encantó. Un puente de piedra atraviesa el río Rance y enseguida surge la calle de Jerzual, la más característica de Dinan. También me gustó mucho.

Esta vía mantiene el adoquinado y subirla no es nada cómodo, además de que está bastante inclinada, pero merece la pena porque aquí es donde se contemplan algunas de las casas medievales más llamativas de esta villa.

Una vez arriba lo interesante es callejear porque por el camino surgen más casas curiosas y enclaves muy bonitos. Por ejemplo, la torre del Reloj, del siglo XV, es preciosa.

La calle de Jerzual es la más característica de Dinan.

Para terminar la visita yo me dirigí de nuevo al puerto y seguí un camino que va bordeando del río en dirección hacia el acueducto, es decir, hacia el interior. Este bonito paseo lleva hasta Léhon, una pequeña población que surgió porque unos monjes establecieron su monasterio en el meandro del Rance. La abadía benedictina del año 850 aparece de pronto en la orilla. Al atravesar el puente vas descubriendo el pueblo hasta llegar a la iglesia y el interior de la abadía.

Lehon Francia

Monte Saint Michel

El último destino de este viaje por la parte occidental de Francia, me llevó hasta Normandía, para ver el famoso Monte Saint Michele (a unos 50 kilómetros de Dinan). He decir antes de nada que el lugar merece mucho la pena. Es bastante impactante.

Al ser un sitio muy turístico debes tener en cuenta que en temporada alta suele haber mucha gente. Nosotros llegamos pronto, como a las 9,30 de la mañana. Tienes que dejar el coche en un aparcamiento (enorme) que se encuentra a unos dos kilómetros y medio del monte. A este se puede acceder en autobús (gratuito) o andando, que es lo que yo hice. La pasarela se construyó en el año 1879 ante la afluencia masiva de turistas.

Monte Saint Michel

Antes de ponerte en camino puedes adquirir las entradas para la abadía en el edificio de información turística. Nosotros es lo que hicimos, ya que te aconsejan comprarlas antes y no en las taquillas del monumento para evitar aglomeraciones. Se pueden conseguir también en su página web, pero yo no lo hice porque no tenía claro qué día iba a ir.

Caminar por el paseo es agradable si no te hace mal tiempo, sobre todo, porque vas viendo el Monte a lo lejos y el paisaje marítimo que lo rodea.

Nada más entrar en la ciudad medieval que está a los pies de la abadía, el ambiente medieval rezuma por todas partes. De nuevo, mucha gente y comercios que fomentan el consumismo. Como mi prioridad era ver la abadía, en primer lugar subí por unas escaleras situadas a la derecha.

El ambiente medieval rezuma por todas partes.

En este ascenso, te aconsejo que te detengas para contemplar las vistas del paisaje marítimo que rodea al Monte Saint Michel. Hay unas cuentas escaleras, pero la subida no es muy dura.

La entrada a la abadía se realiza a través de unas escaleras bastante inclinadas y si hay aglomeraciones hay un punto donde se forma algo de lío. En la base de estas escaleras las filas se dividen mediante unos carteles y barandillas que van encarrilando a la gente según pertenezca a un grupo de turistas, haya comprado o no la entrada. Este punto es como un “culo de botella” porque es muy estrecho y allí se tienen que juntar todos los que quieren subir.

Esto nos pasó a nosotros que en un principio nos vimos atrapados en un barullo de gente hasta que nos metimos en la fila que nos correspondía. Desde donde estábamos no se veía bien la puerta de entrada y avanzábamos muy lentos, pero luego no tuvimos que esperar tanto, unos 15 minutos. Como curiosidad, anoto que la fila de la gente que no tenía entrada era la que iba más rápido.

Claustro Monte Saint Michel

Ya una vez dentro, solo tienes que seguir las flechas que te van indicando el camino a seguir.

La historia de este Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO nos sitúa en el año 708 cuando según la leyenda el arcángel San Miguel se le apareció en sueños a Saint-Aubert, obispo de Arranches, para pedirle que construyera un santuario en su nombre.

En 966 se estableció una comunidad benedictina.

En 966 se estableció una comunidad benedictina que construyó una iglesia. En paralelo, fue surgiendo un pueblo alrededor para acoger a la gran cantidad de peregrinos que acudían. En el siglo XI, la iglesia se tuvo que ampliar y se crearon cuatro criptas y la iglesia abacial. En el siglo XII, se construyó la “Maravilla”, es decir, dos edificios de tres niveles coronados por el claustro y el comedor de los monjes.

Durante la Guerra de los Cien años (1337-1453) el Monte Saint Michel se tuvo que proteger con varias construcciones militares, permitiéndole resistir en un sitio de casi 30 años. Los monjes abandonaron la abadía en la época de la Revolución Francesa. Entonces se convirtió en prisión del estado que albergó a 14.000 prisioneros hasta 1863.

En 1874, el Servicio de los Monumentos Históricos de Francia restauró la abadía y la abrió al público.

En 1874, el Servicio de los Monumentos Históricos de Francia restauró la abadía y la abrió al público. En 1966 una comunidad regresó a la abadía y desde 2001 están presentes monjas y monjes de las fraternidades de Jerusalén.

Nosotros íbamos un poco lentos porque coincidimos con un grupo. Había gente pero no en exceso. Las estancias que más me gustaron fueron la iglesia, el claustro y la cripta de los grandes de pilares. Impresiona también la sala donde se encuentra la enorme rueda de madera que usaba pasa subir los alimentos a la abadía. En el vídeo de mi Canal de YouTube te muestro las imágenes.

Una vez fuera de la abadía recorrí la llamada Gran Vía de la ciudad medieval que la bordea y parte del camino de las murallas, de hecho, los comercios de esta calle tienen entrada y salida a este paseo.

Este fue el último rincón que descubrí en mi viaje por la Francia Occidental.

Datos prácticos y ubicación

Con niñosAparcamientos
En la Duna y en el Monte de Saint Michel hay grandes aparcamientos, pero son de pago. En los pueblos puedes encontrar alternativas para aparcar sin pagar, pero normalmente tienes que andar un par de kilómetros hasta el centro.

En el mapa aparece Irún (País Vasco), el lugar desde España por el que entré en Francia para hacer este viaje.


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